450 años
Un gélido 28 de noviembre de hace ahora cuatrocientos cincuenta años veía la luz la primera fundación de los carmelitas descalzos. En un lugar casi perdido en la provincia de Ávila, de nombre Duruelo, se hacía realidad la idea de la Madre Teresa de que hubiese también “frailes de la misma Regla”.
Los comienzos no fueron, sin duda, cómo la Madre Teresa hubiera soñado. Pero lo importante era comenzar. En cosa de un año se abandonó aquel lugar inhóspito y poco apropiado de Duruelo buscando refugio en un pueblo, ahora de la provincia de Salamanca, llamado Mancera de Abajo. La peregrinación terminó con el traslado definitivo a Ávila, donde llegaron los carmelitas en 1600 y donde se quedarían colocando la primera casa de la Orden en el mismo lugar donde nació y vivió su Madre Fundadora.
Desde esta misma casa hoy volvemos la mirada no a aquel lugar perdido del que pronto el propio Juan de la Cruz mudara por el de Mancera, sino a la intuición de la Madre Teresa de fundar, hace ahora cuatrocientos cincuenta años la rama masculina de su propia reforma.
Ella fue la madre, la ideóloga, la “maestra de novicios” que enseñara en la finca vallisoletana de Rio Olmos al propio Juan de la Cruz la manera de proceder en esta nueva familia, el estilo de “hermandad y creación”, antes de empezar la aventura. Ella fue y es la Madre, con mayúsculas, de toda la familia del Carmelo descalzo.
David Jiménez Herrero, OCD
Noviembre-Diciembre 2018