Taizé
A poco más de un docena de kilómetros donde en la Edad Media se alzara la impresionante abadía de Cluny, en la Borgoña francesa, se encuentra la aldea de Taizé. Allí, en la colina de Taizé, el hermano Roger se asentó en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, ofreciendo acogida a los refugiados, sin importar su condición o credo. Hoy una floreciente comunidad vive con gran sencillez y comparte su mejor tesoro son los miles de jóvenes que de todo el mundo se acercan a Taizé: la oración.
La oración centra la vida de la comunidad de Taizé. Con un estilo propio y de gran sencillez, la comunidad comparte a diario su oración con los jóvenes en la iglesia de la reconciliación. Cantos cortos, cantados una y otra vez ayudan a centrar la mente con facilidad. Una sentencia breve de la Palabra de Dios y un amplio momento de silencio propician el encuentro con Dios.
“Cuánto hemos aprendido de la gran Teresa, de Teresa de Ávila” fue la confesión sencilla y apasionada del hermano Roger de Taizé a un grupo de carmelitas descalzos españoles en el transcurso de una breve conversación en la comunidad de Taizé.
Para Teresa de Jesús, la oración tiene el poder de transformar a la persona, como el gusano de seda se convierte en una blanca mariposilla. La oración no es algo complejo sino de una abrumadora sencillez que centra y da fuerza a la vida. Taizé y Teresa de Jesús, caminan de la mano con el valioso tesoro de la oración.
David Jiménez Herrero, ocd
Septiembre-Octubre 2019