Palabra
Las palabras nos envuelven. Con ellas nos comunicamos y expresamos nuestros pensamientos y sentimientos. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos las palabras nos rodean, las vemos escritas, las oímos, las emitimos y las pensamos. Nos esforzamos por “tener una palabra” o “pedir la palabra”. Hay palabras que hieren y otras que confortan; palabras que enamoran y las hay que dividen. Las leemos en los papeles, los medios digitales, navegan por el aire a través de las ondas… tanto que se nos hace casi imposible imaginar un mundo sin palabras.
Pero hay una palabra que siempre escribimos con mayúscula. Esa es la que llamamos Palabra de Dios. Se trata de una palabra única, especial, viva por la que Dios ha querido revelarse y comunicarse con nosotros. Se trata de una Palabra que podemos escuchar o leer de tal modo que tiene la capacidad de configurar nuestra vida, que arde en nuestro interior o calma nuestra alma. Esa Palabra es “Viva y Eficaz”. Desde siempre la Iglesia ha venerado tanto la Palabra de Dios como la propia Eucaristía. Ambas son presencias vivas de Dios entre nosotros.
Desde hace algún tiempo el papa Francisco ha pedido a toda la Iglesia tomar más conciencia, si cabe, de la centralidad que la Palabra de Dios tiene en la vida cristiana. Intentando huir del peligro de convertir la Biblia, el libro más difundido del mundo, en un objeto olvidado en un estante.
“Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba”. Esta expresión del profeta Jeremías describe perfectamente la estrecha relación de la experiencia profunda que ha marcado al Carmelo desde sus orígenes. Aquella sublime meta que la Regla dibujaba como un “meditar día y noche la ley del Señor”, fraguó sin duda la experiencia mística de Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Teresita de Lisieux, Edith Stein y tantos hombres y mujeres que viven en el Carmelo revestidos de la Palabra de Dios.
David Jiménez Herrero, OCD
Marzo-Abril 2020