Teresa de los Andes
El 12 abril de 1920 las campanas del Monasterio de las Carmelitas Descalzas de Los Andes, en Chile, tañeron su triste toque de difuntos. Acababa de fallecer una de sus jóvenes hermanas. Con sólo 19 años y apenas 11 meses en el convento, la hermana Teresa de Jesús dejó un precioso ejemplo de una existencia vivida en ofrenda permanente de amor a Cristo y al prójimo.
No tardó en extenderse su fama de santidad en todo el pueblo chileno. Por humilde y pequeño que fuera el hogar no faltaba nunca una estampa de “Sor Teresita de los Andes” ante la que encomendarse en cualquier necesidad. Ni, por supuesto, su generosa intercesión, que hicieron de ella la primera santa de la nación andina.
Ahora que la Iglesia Chilena y el Carmelo descalzo celebran el Primer Centenario de su muerte, a causa de un tifus fulminante; también la humanidad se enfrenta a un nuevo desafío, peligroso y mortal. El Covid-19 ha detenido nuestro mundo y nuestras sociedades. El silencio de calles, plazas, estaciones y aeropuertos contrasta con hospitales abarrotados de enfermos y sanitarios que trabajan hasta la extenuación. Un virus casi invisible has trastocado nuestras vidas y seguridades, y nos hace preguntarnos cómo será nuestra vida después de la pandemia. La voz de Santa Teresa de los Andes es clara: en amar, adorar y servir a Dios está la grandeza de la vida.
David Jiménez Herrero, ocd
Mayo-Junio 2020